Creo que ninguno de nosotros está ajeno a las diferentes causas que diariamente nos “rodean” en lo cotidiano al referirnos a la contaminación ambiental, por diferentes causas producidas por nosotros mismos o generadas por terceros en el desenvolvimiento diario de nuestras actividades. Esto no solo no es nuevo, sino que todos de alguna manera tenemos una somera idea de los diferentes eventos que acontecen cotidianamente y que repercute sobre nosotros. Con esta lógica, tenemos una llave muy importante que nos permite entender y asimilar (aunque a regañadientes) acerca de esta problemática. Claro está que no pasa por gritar y enojarse, sino tomar conciencia de esto e involucrarse intentando generar cada uno de nosotros menos polución. No es fácil, pero el intento es válido. Y cuando “buceamos” en este tema de hecho, encontramos muchas aristas.

Mencionemos algunos temas que ya son conocidos en este contexto, como lo son el uso del combustible de origen mineral, la generación de gramos de CO2 y de los óxidos que encontramos en el humo de los motores diésel, como así también la polución generada en la fabricación de nuestros vehículos, los neumáticos, entre otros temas. Pero poco se habla de los efectos nocivos que producen los polvos que se van produciendo en el desgaste progresivo de las pastillas de freno de las ruedas en su uso constante. Por cierto, este polvillo que por sus componentes físicos se van desprendiendo de la pastilla de freno al rozar con el disco de freno, a medida que el vehículo se va desplazando, éste queda inicialmente en suspensión en el aire y luego se va adhiriendo a diferentes superficies que, por efecto del viento, la humedad, grasitud y otros factores se va depositando por todas partes. En ese devenir de los acontecimientos, es lógico pensar que el ser humano al respirar va aspirando algo de ese polvillo que se va desprendiendo de los actuales sistemas de freno de nuestros vehículos. Debo destacar que actualmente el mercado utiliza diferentes compuestos para la fabricación de las pastillas, pudiendo separarse o dividirse en cuatro diferentes variantes de acuerdo con la composición: las del tipo metálicas, las semimetálicas, las de compuestos orgánicos que no contienen el amianto, y por último las del tipo cerámico. Todo indicaría, de acuerdo con lo que sabemos, que las del tipo orgánicas serían las más adecuadas para utilizar, lo que nos llevaría a pensar que serían las más sustentables para nuestro ecosistema. Sin embargo, parece que el tema no va por ese lado ya que, si bien no contienen amianto, cuentan con partículas de cobre que aportan una mejor conductividad térmica. Por lo tanto, después de estudios realizados por investigadores de la Universidad de Southampton del Reino Unido, llegaron a la conclusión que la aspiración y posterior depósito en las diferentes mucosas del polvillo de cobre que es generado por el accionamiento del sistema de frenos genera enfermedades pulmonares y respiratorias. Por supuesto que es un tema preocupante, y que no sólo involucra a los fabricantes de autos, sino también a quienes legislan.

Si analizamos este tema, seguramente vamos a encontrar un talón de Aquiles en quienes deben afrontar responsabilidades, de todo tipo, y sumados a los efectos que les mencioné anteriormente de los diversos factores que van contaminando nuestro medio ambiente en forma diaria, la solución no pasa solo por aferrarse a los vehículos eléctricos o con un grado de electrificación y discontinuar los motores alternativos que usan gasolina o diésel: considero que esa no es una solución, ya que en mayor o en menor medida, todos los procesos y la dinámica del uso de los mismos provocan esta situación. La contaminación ambiental es un tema más abarcativo y muy complejo de afrontar.

Como cierre de esta nota, quiero expresar que “preocuparse” no es un sano objetivo, sino que por el contrario nos debemos “ocupar” en informarnos para saber cómo actuar y tener plena conciencia con qué lidiar todos los días de nuestra vida, y de esa manera saber afrontar lo que sucede a nuestro alrededor.